LA REDUCCIÓN DEL SUJETO A CEREBRO
Lo que en Homeopatía es
individualidad, realidad singular, irrepetible, en Psicoanálisis es sujeto. La
Neurociencia ignora ambos conceptos.
Lo indeterminado de cada cual,
lo imprevisible, lo que está sin establecer y sin justificar, que se llama
deseo en Psicoanálisis y que recoge la Homeopatía como modalidad sintomática,
son negados por la Neurociencia.
Esto no estaría ni mal ni bien
si la Neurociencia se quedara en eso y su influencia fuera simplemente la que
proviene de la negación. Es decir, la de reconocer que se trata de campos diferentes.
El suyo, el neurocientífico, el de la reducción biológica por una parte y por
otra el de la singularidad del sujeto, el que produce síntomas desde una ignota
posición inimitable e irreproducible.
Pero no es así, no se queda en
eso. Sino que extiende sus limitadas conclusiones al ámbito del conocimiento
total. Fuera del cerebro todo es Metafísica. Como el yo no existe, no soy yo el que hace, decide,
actúa y en última instancia piensa; es mi cerebro.
Las publicaciones actuales,
amplificadas por las redes sociales, nos recuerdan permanentemente que cada vez
que pensamos, sentimos, deseamos, sufrimos, eso deja una imprimación detectable
en el cerebro y de ella queda como testimonio una prueba de imagen, un estudio
fisiológico, un documento en suma.
La Neurociencia no se siente
cómoda con conceptos como mente, yo, ego, conciencia, sujeto y tampoco con
otros como libertad, voluntad, decisión. Y por extensión esa incomodidad
alcanza a cualquier estado psíquico: obstinación, terquedad, indecisión y también
a las sensaciones, sensación de flotar, de tener la cabeza muy grande, de ser
de vidrio, de tener algo vivo en el vientre, de dolor ardiente, de latido, de
girar, de garganta seca después de beber, de debilidad al aire libre. Estos estados son puntualmente recogidos por la Homeopatía.
Muy bien, tomamos nota de que
no se siente cómoda. Está en su propio ser, en el de la Biología, definir su
campo y por lo tanto proyectar su trabajo, su campo de acción en donde sí se
debe sentir confortable.
El problema se perfila cuando
niega validez a todo aquello que le provoca incomodidad. No sólo es que no
opera con lo que le provoca desazón sino que no lo quiere ni ver. O mejor aún,
no existe. Se trata de meras notas no generalizables y por lo tanto sin mérito
para ser tenidas en cuenta. Están en “las colas” de la curva de Gauss, en el
azar, se trata de lo que, si es que existe, lo es por casualidad.
Pues bien, asumimos que decida
no trabajar con los conceptos incómodos que quedan fuera del campo de su
disciplina. Pero el conflicto proviene del esfuerzo que hacen los científicos
para presionar sobre la sociedad, sobre la Administración, los gobiernos, las
instituciones, las empresas, etcétera para que todo eso que “no existe” sea
separado, descalificado, depurado en
suma.
Sepan estos señores que la
parte de sí mismos que adopta estas actitudes propias es su individualidad con
sus modalidades, su sujeto, su libertad, su decisión. Y su decisión se cimenta en su propio deseo de eliminar todo aquello que no se aviene a sus teorizaciones. No es su cerebro el que decide, claro
está. Su cerebro es el campo donde se repercuten y se observan sus
maquinaciones justas o injustas pero, en todo caso, interesadas. El cerebro es
el lugar físico, el campo de operaciones, pero no donde se toman las
decisiones. El cerebro no decide, señores, son ustedes.
Del mismo modo que cuando toso
soy yo el que tose y no son mis bronquios ni mis pulmones los que tosen. Se
parece a la anécdota de aquel señor desconsiderado al que le recriminaban porque
en las reuniones a las que acudía el ambiente se ponía maloliente. Un día dijo
en su descargo: No soy yo, es mi ano.
Los que nos aturden
diariamente con sus noticias neurocientíficas mostrándonos qué pasa con el
cerebro cuando odiamos, cuando pasamos hambre, cuando nos enamoramos, en
realidad nos están invitando a que miremos un electrocardiograma, o nos tomemos
la tensión arterial o midamos el cortisol en sangre. No nos están mostrando la
luna, nos están mostrando el dedo que la señala.
Consecuencias éticas y morales
La imagen del dedo y la luna
nos muestra claramente las consecuencias gnoseológicas del problema, es decir
lo que atañe al conocimiento mismo y su validación, su evidencia. Un sesgo es hablar de una cosa señalando otra.
Pero más importante todavía
son las consecuencias éticas de este malentendido. Si fuera el cerebro el que
decide, habla, piensa, ejecuta entonces el sujeto queda relevado de cualquier
responsabilidad. Está determinado de la manera más dura e inapelable por lo
biológico.
¿Y entonces?
No, señor juez, no he sido yo fue mi cerebro.
No, señor juez, no he sido yo fue mi cerebro.